viernes, 12 de abril de 2013

El narrador en el entresuelo


Hace unos días leía a Virgina Imaz reivindicando el espacio escénico del cuento y me ha recordado algo que hacía tiempo quería comentar al respecto: el lugar escénico del cuento para adultos en las islas.

            Hace tiempo que vengo comentando con compañeros que cuentan cuentos lo que se complica en las islas el hecho de contar para adultos en lo que a espacios se refiere. Para los niños es más sencillo: alguna librería que guarda un huequito de la semana y acondiciona un espacio para que contemos, alguna biblioteca que pese a los recortes aún trata de programar de vez en cuando en una zona tranquila y cómoda destinada a ello, teatros o auditorios que programan actividades infantiles e incluyen en ellas la narración, las aulas o salones de los colegios, a las que los narradores llegan a través de AMPAS, Editoriales o Ayuntamientos… También contamos para niños en calles o plazas (con o sin escenario, con o sin microfonía, de modo intimista y cercano o a gran público), centros comerciales (en pleno tránsito y movimiento o en zonas habilitadas)… y otros lugares donde acercamos el cuento a quien quiera oírlo pese a que las condiciones no sean las más recomendables siempre. Ahí se genera un público que luego busca más.

Por otro lado, el mundo de la narración para adultos es otro cantar. En la isla debería estar consolidado en el sentido de que cuenta con la tradición que un festival de cuentos como el Internacional de Los Silos ha establecido durante casi veinte años, la noche de los cuentos, con 20 años cumplidos o el de Verano de Cuento de El Sauzal, que celebró el año pasado su edición número XIII. Sin embargo, a la hora de ir a contar cuentos durante cualquier momento del año que no sea durante estos tres eventos puntuales nos encontramos con una serie de cuestiones que debemos abordar.

En primer lugar, el hecho de que no existe ningún espacio en las islas (al menos del que yo tenga constancia y centrándome en Tenerife en este caso), que programe con continuidad para adultos, de manera que si quieres contar cuentos para este tipo de público tienes que buscarte las castañas y acudir a teatros, bares, centros culturales privados, librerías, bibliotecas o, simplemente, donde te dejen.
En segundo lugar, los programadores. Una vez en esos lugares es preciso que explicar qué es contar cuentos para adultos, porque el CUENTACUENTOS para los niños tiene más sonoridad y público, pero para los niños grandes… ¿qué tenemos? Ahí es cuando te dicen: es que aquí estamos programando monólogos, ¿puedes contar algo así como los monólogos? O bien… se programa teatro… nunca hemos propuesto cuentos o incluso el más de una vez oído pero a la gente no le gustan los cuentos... y a nivel económico, lo de siempre: no hay dinero.
En tercer lugar, el público: ¿acude gente  a las sesiones de cuentos para adultos? Cuando lo hacen, ¿se encuentran con una propuesta de calidad? ¿Quieren volver a escuchar cuentos?

De un modo, entonces, lento e inseguro, los que contamos nos encontramos buscando hueco, muchas veces cada uno por su lado, lo cual tampoco ayuda para aunar esfuerzos y conseguir metas comunes… y convencemos a la gente que no conoce los cuentos de que son un arte con nombre propio (para lo cual es necesario presentar una buena sesión), que tiene un espacio propio que se alimenta de muchas fuentes: partiendo de la literatura y encontrando en su ejecución mezclas de teatro, música, clown, humor, imagen… es decir: la esencia de la que cada narrador parte. Y les contamos que cuando la gente lo conoce, cuando conectan con la emoción transmitida por la palabra contada, por los gestos adecuados, con la selección propia y las condiciones oportunas, el cuento es un relámpago que enciende, y la gente, después, quiere más de esa luz.

La cuestión es lo complicado que se pone encontrar un lugar apropiado para contar. Los teatros, en ocasiones, con el narrador sobre el escenario, el público abajo, el foco que impide verles… es una de las opciones, pero se pierde el carácter intimista y de contacto que tienen los cuentos y la tradición oral por naturaleza y pasa a convertirse en espectáculo. Es una vía, pero hay otras.
¿Los bares? Sólo bares respetuosos, con un espacio preparado, no a mitad de tránsito de gente, con la barra y la cafetera detrás armando escándalo.
¿Librerías? ¿Bibliotecas? ¿Centros culturales? Y eso dejando a un lado las condiciones económicas y centrándonos en los espacios…

Ojalá una casa del cuento, un lugar donde los que cuentan y los que escuchan sepan que pueden encontrar un sitio al que acudir. Sin embargo, cualquier lugar que aúne las mínimas condiciones de espacio, sonoridad, luminosidad podría ser óptimo… No se trata de separarnos del resto de las artes escénicas, porque donde hay público (público que tenemos que seguir creando) y algo que transmitir, lo demás es menos importante y los lugares cambian, se entremezclan; si se trata de trabajar, casi todo vale. Se trata de contar con unas condiciones mínimas y, sobre todo, no necesitar luchar a diario para poder llevar a cabo el oficio.  

Así que en la búsqueda estamos, valorando y apuntando opciones y espacios que puedan sacar al narrador del entresuelo y lo iguale al resto de pisos del edificio de la cultura: con condiciones, con programación, con buenas propuestas y, ojalá, con crítica, para hacer que el cuento tenga su lugar, pese a que nos encontremos en el momento económico y cultural en que nos encontramos. O, precisamente, por eso.

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