Las
últimas sesiones que he vivido de Bebecuentos han supuesto un cambio total en
mi percepción de las sesiones para bebés y de las sesiones en general. Han puesto
en firme lo que llevaba tiempo pensando pero que de pronto ha pasado de
pensamiento a acción tangible.
Por
eso llevo mucho tiempo trabajando la calma, trabajando el respirar los cuentos,
el dejarlos venir, ubicarse, irse… en estar disponible para lo que está
sucediendo en el momento, no para saltar de uno a otro y que pase todo y apenas
vivir lo que ha pasado. Pasar de la
hiperactividad histriónica a la calma en una persona muy activa no es fácil
porque requiere mucha conciencia. Contar sentada, minimizar los gestos,
economizar los recursos… cuesta. Y el trabajo de unos siete u ocho años de
reflexión va dando sus frutos. No es que de repente sea otra narradora ni deje de ser activa (la naturaleza es la naturaleza), pero me planteo hacerlo porque quiero y no porque el cuerpo no me permite hacerlo de otra manera.
En
los bebés he encontrado toda la ayuda que necesitaba: cuento sentada para estar más cerca de ellos,
hablo más despacio, no me muevo excesivamente porque el espacio se reduce, los
estímulos son limitados. Y, sobre todo, economizo en movimiento por una
cuestión de escucha a mí misma y al grupo: no se necesita más.
Por
otro lado, he comprendido que se van a mover, su atención se va a dispersar con
frecuencia, van a irse para luego volver. No son muchos los que se mueven, depende de la sesión, pero van a mirarte mientras maman, van a
caminar por el espacio porque les interesa mucho más el enchufe que tú en ese
momento, van a llorar porque quieren agarrar tu libro y no les dejas, van a
analizar con euforia a sus compañeros de sesión o, por el contrario, van a pasarse
toda la sesión quietos y tranquilos mirándote fascinados como si fueras la cosa
más interesante del planeta. Tú y tus artilugios. Y todo ese movimiento tiene que ser respetado,
de modo que cuando entiendes que no pasa nada y que volverán (física y mentalmente), te relajas y continúas
es mucho más sencillo para todos. Se transmite calma y se recibe calma. Las
mamás no se ponen nerviosas porque su bebé se mueva, sino lo dejan irse y
volver, a menos que vengan a desmontarme todo, que ahí no les dejamos. A veces no vuelven, y corren alrededor o lloran sin parar... y esa es otra historia. Ahí la idea es que salgan un poquito para ver si la cosa cambia un poco y luego vuelven a entrar.
La cuestión es que durante
las últimas sesiones de Bebecuentos, sin planteármelo siquiera, tal vez porque
el tema se prestaba (la luna y la noche), me lo he tomado todo con una calma
inusitada. Fui lenta, respeté los tempos entre cuento y cuento, no corrí como a
veces hago de una cosa a otra para que no se despisten. Les dejé despistarse,
moverse, volver. Y me sentí con una libertad maravillosa. Respiré la dulzura y
la calidez que se desprenden en estas sesiones y que son siempre un regalo. Ya
las había respirado antes, pero nunca con tanta conciencia de calma y de
respeto a lo que sucede en el momento.
En
la entrada anterior les comentaba cómo habíamos ido recopilando versiones de
Luna Lunera. Esta acción era más propia de un taller que de una sesión de
cuentos y sin embargo ahí sucedió. Y lo disfrutamos muchísimo.
Lo
escribo y me pregunto cómo es que no lo hacía antes con tanta naturalidad.
Ahora mismo no lo puedo entender de otro modo y me siento mucho más tranquila y,
sobre todo, agradecida. Agradecida a los espacios en los que se están llevando
a cabo estas sesiones y agradecida a las familias que no dejan de acudir.
Y
aquí lo dejo, por si el proceso pudiera resultarle de utilidad a alguien.
Gracias.
Laurita, es increible cómo vas evolucionando cada día. Tus comentarios son super adecuados y me ayudan un montón porque yo siempre conté con economía de gestos tratando de darle a cada cuento su espacio.... Creo que este blog pude ser de muchísima utilidad para los narradores de público infantil!. Beso enorme desde Argentina, Claudia M
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