miércoles, 12 de noviembre de 2014

Contar a personas con discapacidad: un reto y un regalo

La discapacidad y la literatura han tenido a lo largo de los últimos años algunos nexos de unión. Entre otros, la literatura (a veces literatura y a veces sencillamente libros) creada para sensibilizar a la sociedad en términos de integración, igualdad de oportunidades, atención a la diversidad, accesibilidad, etc.
La literatura infantil tiene muy buenos ejemplos que incluyen personas diferentes, especiales, creados para favorecer el conocimiento y sensibilización en torno a la diversidad. Me vienen a la cabeza “El cazo de Lorenzo” o “Por cuatro esquinitas de nada”. Independientemente de estos ejemplos, ¿qué buena historia no cuenta con un protagonista especial y distinto a la norma?
Aparte de esto, existen múltiples iniciativas por parte de Asociaciones de diferentes colectivos de personas con discapacidad, enfermedades concretas o Necesidades Específicas de Apoyo Educativo que han favorecido la publicación de material didáctico en torno al tema, material que ha incluido muchas veces “cuentos” con mayor o menor calidad literaria cuyos protagonistas son niños y niñas con discapacidad.
Pero no era de esto de lo que quería hablar, sino de la experiencia de contar cuentos, narrar de viva voz historias a público con discapacidad. A priori no debe distar mucho de contar a público sin discapacidad, atendiendo a la lógica de que todos somos diferentes y allá cada cual con sus particularidades. Sin embargo, hay cuestiones concretas que he ido aprendiendo con el contacto con la discapacidad y situaciones que me han fascinado y me han desazonado.
Uno de los casos es contar a público que incluye personas sordas que conocen la Lengua de Signos acompañada de un intérprete de Lengua de Signos. Es una de las experiencias más hermosas que he vivido. Como narradora, la única cuestión a tener en cuenta es comentar al intérprete antes de contar de qué va la historia (mucho mejor contársela con antelación o incluso dársela por escrito) para que domine el vocabulario específico o los conceptos que pueda tener el cuento. También es importante tener presente el ritmo a la hora de contar (ir demasiado rápido puede dificultar su labor), así como conocer un poco la realidad de su trabajo para no cometer algunos errores comunes. He visto actores o narradores que se dirigían a ellos pretendiendo incluirles en la sesión o que entablaban una conversación en directo con ellos, mientras estaban trabajando. Tenemos que saber que cuando interpretan, interpretan todo, ¡incluido lo que les digas para que ellos respondan!
Contar a público oyente cuentos con una intérprete también ha sido una bonita experiencia. Recuerdo una concretamente en la que conté con un álbum y una intérprete, y al álbum nadie lo miraba, porque los dibujos que hacía en el aire y la expresividad de la intérprete cubrían toda la cuota de atención visual del público. Aquel día entendí que contar con libro y con intérprete no era una mezcla muy productiva, especialmente si hay público sordo: si atienden visualmente a la intérprete, no pueden atender también al libro.
Otro de los casos es contar en las sesiones escolares con niños y niñas (o jóvenes) con diferentes tipos de discapacidad que forman parte del aula enclave y se integran en esa actividad. En este caso me parece esencial saber con antelación con qué tipo de discapacidad cuentan y sus características generales básicas. Me ha pasado que he hecho sesiones con álbum ilustrado y al finalizar me han dicho que tenía entre el público a tres niños con un grave déficit visual (si lo hubiera sabido habría evitado el apoyo visual), o dos o tres niños sordos sin intérprete (por lo tanto no detectables) que leen los labios y por los que es preciso colocarse enfrente, no moverse en exceso, no hablar muy rápido, limitar los estímulos visuales para que no tengan que atender a varias cosas a la vez…
Un ejemplo importante por el que comprendí que era necesario conocer con antelación si contaba con alumnos con discapacidad fue en una sesión escolar con un grupo de nueve años donde, en mitad de un cuento, una niña muy alta de repente se puso de pie, comenzó a emitir un sonido monótono, se salió del grupo y se puso a caminar por el aula con movimientos repetitivos en los brazos similares a un aleteo. Me sorprendió la naturalidad con la que el resto del grupo, incluidos los profesores, reaccionaban (como si no pasara nada), así que mi cerebro actuó rápido, siguió contando y otro pedazo del cerebro entendió que sería una alumna con autismo, lo cual luego verifiqué con la profesora. Me hubiera gustado saberlo; no creo que hubiera reaccionado de un modo diferente, porque seguí contando con normalidad, pero no habría tenido el cerebro dividido tratando de comprender la situación porque ya habría estado preparada.
Otro tipo de caso suele ser contar específicamente a aulas enclave, a centros específicos para personas con discapacidad, talleres ocupacionales, etc. Estos casos son diferentes, más que nada porque toda la diversidad unida es mucha diversidad. Es… la diferencia dentro de la diferencia.
La parálisis cerebral, que cursa normalmente con deterioro no solo motriz sino también cognitivo, del comportamiento… es la más desconcertante de las discapacidades cuando acudes a un grupo que no conoces. Hay personas con parálisis que escuchan y entienden perfectamente aunque físicamente no puedan demostrarlo por ausencia de movimiento y expresión facial, otros que cuentan con discapacidad intelectual derivada de dicha parálisis y que pueden tener un nivel de comprensión similar al de un niño, y otros que cuentan con movimientos atetoides (incontrolados), emiten sonidos prolongados, gritan… los diferentes casos son infinitos e imposibles de abarcar aquí tanto por conocimiento como por extensión. La cuestión es que la imposibilidad de conocer con antelación las características que los monitores sí conocen, pueden provocar cierto desasosiego, en mi caso porque he vivido casos diferentes que han afectado al desarrollo de la sesión de un modo importante. En este tipo de situaciones, la forma de proceder de los monitores o responsables es definitiva y puede ayudar muchísimo. Si ellos conocen sus características, sus posibles formas de reaccionar, pueden decidir dónde es mejor ubicar a la persona. Un ejemplo: si tenemos a un chico que suele gritar prolongadamente, o que suele dar palmas o patadas cada cierto tiempo… o cualquier tipo de característica que afecte a la buena escucha por parte del resto de público, su ayuda puede facilitar que ese tipo de acciones se reduzcan mínimamente. Si estas cuestiones las conoces con antelación y sabes cómo va a reaccionar, puedes comentar al posibilidad de no situar a dicho chico en la primera fila, por ejemplo, o justo en el centro del grupo. Todos tienen derecho a participar en la actividad, claro, pero es cierto que en ocasiones el “beneficio” de un solo alumno va en detrimento del de todos los demás. Pongamos por caso que una chica comience a emitir un sonido en voz muy alta durante mucho rato, y cada cierto tiempo lo repita, cada vez más prolongadamente. Los demás no pueden escuchar, tú tienes que contar por encima de su grito para que escuchen y los responsables no hacen nada “porque ya conocemos a esta chica”, “es así” y sobre todo porque “tiene derecho a estar allí” como todos los demás. Por supuesto que tiene derecho, el mismo que todos los demás tienen de escuchar y yo de trabajar. Y me surge esa duda de que si en un aula con alumnos sin discapacidad no permitiríamos esta actitud, ¿qué hacer en este caso? ¿paras de contar hasta que se calme? ¿y si no se calma? ¿les dices algo a los monitores? ¿qué les dices, cómo comentarlo con tacto? ¿qué hacer si ellos no hacen nada? De ahí la importancia de la comunicación y el apoyo de los profesionales que allí trabajen.  
Por otro lado encontramos la cuestión de que al acudir a una sesión en un taller ocupacional o centro específico, el público es adulto pero el contar con discapacidad intelectual hace que su recepción sea similar a la de un niño en la mayoría de los casos. Sin embargo, no son niños. Son personas adultas. Esto dificulta a veces la selección de repertorio. Cuando tengo que pensar qué contar no me complico mucho: atiendo a repertorio del que cuento a todos los públicos, especialmente cuentos populares o álbumes que contengan ese tipo de historias. Siempre, preferiblemente, bajo tono poético, bajo nivel de abstracción, historias accesibles con estructura sencilla y mucha acción y poca descripción.
Las dificultades son, normalmente, muy pocas. Las que uno se encuentra se convierten en un reto y un verdadero aprendizaje, pero la mayor parte de las veces, contar a este tipo de público es una fiesta. Son el público más motivado y marchoso con el que me he encontrado. Nunca los niños pequeños me han recibido con tanto entusiasmo. La bienvenida es una celebración; las historias, el principio de una maravilla; las canciones, la posibilidad de hacer un concierto improvisado. Se levantan, bailan, chocan las manos entre sí, se comentan partes de la historia durante el discurso de la misma… la espontaneidad es la norma, y si alguno no deja escuchar por sus características, ellos mismos, que se conocen, se controlan, se ordenan silencio, etc. Para mí el sentido del humor es básico, así como el desparpajo y la naturalidad. Funciona de maravilla que te noten relajada y contenta junto a ellos, que te hagas parte de su día.
La despedida suele contar con muchos regalos: marcharse incluye escuchar “¿cuándo vuelves?”, “¡guapa, guapísima!”, algún secreto compartido de alguna de las chicas, fragmentos de su vida personal, abrazos por doquier, sonrisas a mansalva y, en ocasiones, para rematar, algún detalle hecho por ellos. Después, la sonrisa cómplice de las profesionales que pasan con ellos todo el día, y muy buenos deseos.

A veces sucede eso, que se vive una sesión muy dura y uno se ha visto con dificultades de esas que te toman todo el camino de vuelta y el resto de la semana dando vueltas a la cabeza. Pero por lo general sale uno con el espíritu envidiable de quien se siente repleto de cosas buenas, del intercambio de maravillas que sucede si uno se deja. 

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