Tengo la suerte de ser alumna del VI Máster de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil que organiza el CEPLI (Centro de Estudios de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil) de la Universidad de Castilla La Mancha, y hoy he tenido la oportunidad de ver desde el salón de mi casa, a través del ordenador, una conferencia organizada por algunos profesores del Máster a cargo de Jordi Sierra i Fabra.
Gran parte de mis años de secundaria los pasé en la biblioteca de mi colegio, y fueron muchos los libros de Jordi que leí entonces. No sabía en aquel momento que era tan prolífico: más de 400 libros escritos hasta hoy, innumerables premios, algunos ganados por segunda y tercera vez, traducido a más de 25 idiomas y el único autor español vivo dedicado a la literatura infantil y Juvenil que forma parte de los 10 autores más leídos en los institutos de España.
Todo un logro para un hombre de sesenta y poco que ama su profesión y que sabe lo que quiere y vive única y exclusivamente para escribir. La pasión que transmite por lo que hace se plasma desde que se le hace una pregunta. No duda, no piensa: se lanza a hablar, con la misma velocidad y agilidad con que escribe sus libros. Vomita sus ideas, es franco, directo, sencillo.
Nos habló de su tartamudez, de su infancia, de cómo a los doce años escribió un libro de 500 páginas para demostrarse que podía hacerlo bien. Comentó cómo su padre le había tratado de quitar de la cabeza las ideas de ser escritor, cómo empezó a trabajar escribiendo para revistas musicales hasta que, años después, se dedicó únicamente a la literatura.
Me llamó mucho la atención encontrarme ante un hombre que valora plenamente sus habilidades: “escribo bien y lo hago rápido, en ocasiones, veo ante mí el libro terminado antes de escribirlo, y, en cuatro días, lo tengo”, pero sin sentirse por encima de nadie, abriéndose al mundo, permitiendo entrevistas, acudiendo a donde le invitan para hablar de lo que más le apasiona, escuchando, ofreciéndose.
Y, sobre todo, me encantó su respuesta cuando le preguntaron: “¿Qué se siente al ser tan valorado, contar con tantos premios, tantas traducciones, tantos libros...”. Él, dudando solo un instante, contestó: “Yo solo quiero ser feliz, solo quiero escribir. Que después lleguen todas esas cosas... es maravilloso, pero yo escribo porque me hace feliz”.
Al cuestionarle sobre sus preferencias personales, (descubrimos que le encanta el chocolate negro con trocitos de cacao y la pasta italiana), le preguntaron qué le gustaba hacer en su tiempo libre, a lo que respondió que él no tenía tiempo libre, que su tiempo libre era escribir, y su tiempo en general era escribir... y luego estaban los viajes, y el cine, y la música... pero que escribir lo englobaba todo porque las ideas manan de todos sitios y todo el tiempo. Y que si tenemos tiempo libre es porque tal vez no hagamos lo que nos gusta. Que él no lo tenía porque su tiempo era libre siempre y nunca a la vez.
Esclarecedor.
En fin, ha sido para mí un regalo poder disfrutar de sus palabras y su pasión por la profesión esta tarde, y espero que no sea la última vez.
Les invito a que le conozcan. Sus libros, realistas y de temática social, suelen ser acogidos fervientemente entre el público joven. Por cercanos. Por posibles. Por vivos.
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