Esta semana he vuelto a visitar la biblioteca de Santa Cruz. Esta costumbre y afición va convirtiéndose en el mejor momento de la semana. Es una suerte tener ese rinconcito para reconciliarse con el mundo, ver cómo mamás y papás leen cuentos a sus niños, enredar a Susi y Juan para que me busquen los libros y seguir encontrando maravillas como las que comento hoy.
Me llevé cinco préstamos que haría míos sin dudar, y dos de ellos me han conmovido de un modo especial. No tienen nada que ver entre sí, pero que están unidos por la poesía y el amor a la literatura que contienen.
Uno es un libro álbum de formato pequeño: “Te regalo un cuento”, escrito por Jorge Gonzalvo e ilustrado por Cecilia Varela. Editorial Lóguez, 2009.
El otro, una novela: “El fantasma anidó bajo el alero”, escrito por Emilio Pascual e ilustrado por Javier Serrano. Editorial Anaya, 2003.
Te regalo un cuento es, verdaderamente, un elogio a la sensibilidad. El autor nos regala un cuento que no es un cuento y que son todos los cuentos: cualquier historia compartida entre dos que se quieren. Como decía Xavier P. Docampo en un libro suyo, ““Tú sabes que siempre he dicho que contar un cuento es el acto de amor más sublime que se puede ofrecer a un ser querido. Los amantes se cuentan cuentos para que el amor habite entre ellos y nunca los abandone.” Este libro es un perfecto acto de amor, ilustrado con imágenes que muestran verdadera poesía visual. En fin, para enamorarse.
Por otro lado, El fantasma anidó bajo el alero dista mucho de dejarte indiferente. Es de esas novelas de “literatura infantil y juvenil” que hacen entender que primero es LITERATURA y luego podrá ser susceptible de ser catalogada como se quiera, pero ante todo, es literatura.
Yo no había leído nada de Emilio Pascual, aunque tengo pendiente “Días de reyes magos”, y me enamoré de su forma de escribir desde la primera página: poesía pura, le dije a mi madre después de tragarme bien masticado la mitad del libro. Tiene múltiples referencias a poetas de todos los tiempos, comenzando por Keats y su ruiseñor inmortal. Sobre las ilustraciones, inquietantes, misteriosas, evocadoras, completando y resumiendo ciertas citas del texto.
Cuenta una historia enmarcada en la oscura posguerra, protagonizada por un niño de ocho años que, una noche, recibe la visita de su abuelo muerto. Un fantasma de calva reluciente que no daba ningún miedo y contaba maravillosos cuentos, venido de un purgatorio oscuro y frío y de localización incierta. Cuando deja de aparecérsele, las cosas se tuercen. Crece. Aprende. Entiende.
Un elogio a la literatura oral, al arte de narrar, a la vida, a los secretos, al amor que nace del odio. Es conmovedora. Y me quedo corta.
He aquí algunos fragmentos:
“Mi abuelo apagó la linterna y abrió la ventana a la luna. Entraron confundidos los pálidos rayos de los grillos y el agudo cri-cri de las estrellas”
“-(...) se titula Odisea. Y todo viaje largo y difícil es una odisea. Y la odisea de la conciencia es infinita. ¿Lo entiendes?
-No sé... –nos miramos en silencio, bajo la tibia luminiscencia de su calva-. Abuelo, solo tengo ocho años.
-Pero tumbado eres infinito. Y, por suerte, tú ya has aprendido a elevar la mirada a las estrellas.
Por entonces yo no sabía que un ocho acostado representa la eternidad del tiempo.”
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