lunes, 9 de diciembre de 2013

Sesiones de cuentos: abriendo paréntesis o congelando pan

Han sido unos días de cuento en el Festival Internacional del Cuento de Los Silos. Cada año es una cita obligatoria acudir allí a contar y a disfrutar de los cuentos de otros. Este año tocó disfrutar. Es un lujo observar a los ávidos de cuentos que cada año se reúnen allí. Un público fiel, ya conocido, con el que te encuentras en la plaza y dices: ¿Otro año más por aquí, verdad?
Y sí, otro año más que ha pasado. El festival cumplió dieciocho años y los narradores esta vez acudieron desde Italia, Puerto Rico, Chile… y desde Galicia, Guadalajara, Madrid y de esta y otras islas Canarias. Figuras esenciales y muy recomendables para disfrutar de los cuentos fueron Pep Bruno y Charo Pita y fue absolutamente impresionante ver de cerca el trabajo actoral del italiano Matteo Belli.
Cada año, la hora que dura el trayecto de vuelta a casa en coche sirve para reflexionar sobre lo visto y observado, sobre lo sentido. Este año venía pensando en por qué unas sesiones te dejan absolutamente frío, impasible, aséptico como una sala de espera, y otras te atrapan de tal manera que solo deseas que el narrador no se vaya, que esa sesión no termine nunca y que cuente una hora tras otra hasta que no quede voz, y quieres empaparte de esa magia, de ese algo que hace que contar sea terriblemente necesario. Esa sensación urgente de volver a subirte pronto a un escenario a contar para sentirte así, porque en ese momento da la sensación de que la felicidad tiene que ser algo parecido a eso.
Ojalá fueran así todas las sesiones. Como decía Charo Pita, idea con la que comulgo absolutamente, cuando empieza un cuento se abre un paréntesis en la realidad, que sigue siendo la misma pero no lo es porque está ocurriendo algo ahí dentro, y todos estamos juntos aislándonos del mundo y abriendo una realidad nueva por un ratito, hasta que se cierra el paréntesis y volvemos a casa, hasta que cada uno vuelve a abrirlo cuando quiera.
Y sucede que a veces no se abre ningún paréntesis. A veces no ocurre nada. Tienes delante a un narrador que no te dice. Lo estás oyendo, te hace reír, tal vez, le ves las buenas intenciones, tal vez, pero cuando sales, cuando te vas, no atraviesas ningún símbolo de paréntesis, no atraviesas más que la puerta. Y llegas a la calle y ya olvidaste, porque no había nada que recordar.
Desde mi percepción, por un lado tiene que ver con su predisposición ante la sesión, con la filosofía de la que parte a la hora de afrontar su trabajo, con su nivel de compromiso ante el cuento y lo que significa para él. Con su forma de contar: si imposta la voz, si carga con más ínfulas que historias, si va por delante su orgullo o sus cuentos. Por otro, o, por lo mismo, con la persona que es, con su calidad humana, con la esencia que transmite. Por otro, claro está, con las historias que escoge contar, si es que escoge y con el talento/habilidad/capacidad para transmitirlas. Y a mí me dejan vacía cuando pretenden dar a entender lo importantes que son pero narran cosas vacuas, o cuando dan la sensación de respetar el cuento lo justo, nada más que como mero entretenimiento para un público al que no entretienen porque no lo están respetando. Me llenan, sin embargo, cuando se observa un trabajo previo, un cuidado en la selección de las historias y en su hilado, cuando saben qué contar en cada momento, cuando ordenan a los niños con presteza si están desarbolados subiéndose por las paredes a través de las palabras adecuadas o del gesto justo. Me llena el sentido que le dan a lo que hacen cuando te cuentan desde dentro, desde bien adentro; cuando parten de la experiencia que da saber qué funciona y qué no, qué hace sentir y qué pasa de largo. Me dan ganas de exprimirles, de aprender, de contar con esa experiencia y ese saber hacer, saber seleccionar y decir, saber mirar, detectar, incluir, ajustar, rehacer desde la naturalidad, desde la cercanía, desde la sencillez del panadero que sabe que el mejor pan no es el congelado, sino el trabajado desde el amanecer con las propias manos.
En fin, todo festival, toda reunión de cuenteros deja llenos y vacíos. Acudir y ver es la mejor forma de aprender, de entender, de valorar.
Así que a seguir viendo. A seguir.

3 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo........ Seguiremos yendo con la fidelidad de todos los años..... Gracias por tus reflexiones.

    ResponderEliminar
  2. Me gusta que el cuentero sienta las historias que me cuenta; que sean importantes para él, aunque en apariencia no sean más que un simple entretenimiento. Me gusta que me vea de verdad al contarlas, que me tenga en cuenta, que sienta que las está compartiendo conmigo. Me gusta que sea consciente de qué le pasa en su cuerpo en ese momento, que no trate de ocultarlo y que lo muestre. Me gusta que integre lo que sucede en la sala en su historia, no para sacarme de lo que cuenta, sino para que me haga sentir que incluso ese detalle está entre paréntesis.

    ResponderEliminar
  3. Marta, estupendo. Gracias a ti.

    Miguel, absoluto y completísimo. Muchísimas gracias.

    ResponderEliminar