lunes, 24 de febrero de 2014

Educar a los padres

                                                                     Ilustra: Elena Queralt

Contar cuentos es un regalo. Aparte de un trabajo, es un regalo que me hago a mí misma, que hago a quienes quieren recibirlo, que me emociona, me empuja y me hace aprender y sentirme  libre. Me declaro enamorada de la profesión de narrador.

Desde que empiezo a preparar un repertorio, sea para el público que sea, va en mi código partir del respeto hacia mí misma y hacia el oyente. Me preocupo por estar a la altura, sea donde sea, de mis expectativas para con mi quehacer, que son altas, y entiendo que el que paga una entrada por acudir a una sesión de cuentos o el que, sin pagar, acude a una sesión de narración en bibliotecas, librerías, teatros, o donde se proponga, también tiene expectativas para conmigo.

Y sucede que son pocas las oportunidades que se dan en la isla para contar cuentos a los niños con sus familiares (fuera de sesiones escolares, nos quedan las pocas programaciones que se hacen en bibliotecas y librerías para acceder a las familias). Y también sucede que cada vez es mayor mi sorpresa y la de los que programamos para familias ante las innumerables faltas de respeto que se llevan a cabo antes, durante y después de las sesiones.

Bibliotecarios y libreros trabajan a diario por tratar de hacer entender a los niños la forma en que debe tratarse a los libros o las normas de comportamiento básicas en estos lugares: no gritar ni hablar en voz muy alta, cuidar los libros para que no se estropeen, no comer, etc. Dentro de ese trabajo se encuentra también el de educar a los padres para que recuerden estas normas, hasta el punto de que a veces hay que llamarles la atención porque se ponen a hablar a voz en grito en plena biblioteca por el móvil o con otros padres y madres, también usuarios de la biblioteca.

Erróneamente a veces uno da por hecho que los adultos ya vienen educados, y me encuentro más de lo que quisiera con muchos niños que tienen que llamar la atención a sus padres mandándoles a callar durante la sesión de cuentos, o con hermanos mayores que quitan a los pequeños los libros de las manos porque los están rompiendo. Por no hablar de las sesiones que se hacen en el ámbito escolar, en las que también se da el caso de que los alumnos son los que llaman la atención a sus profesores, haciéndoles callar para poder escuchar los cuentos.

Me da una tristeza enorme que después de un cuentacuentos infantil en una librería, los libreros tengan que retirar de la venta tres o cuatro libros cada vez porque los pequeños los han roto, los han pringado de chocolate o los han abierto y usado (como libros con pegatinas o desmontables) y luego los han dejado, ante la mirada impasible de los adultos.

Me da vergüenza tener que parar una sesión de cuentos para mandar a callar a los padres cuando los niños se están comportando adecuadamente (porque cuando se sientan junto a sus hijos es una cosa, pero cuando los niños se sientan delante y los padres se colocan detrás, es otra completamente diferente). Me da vergüenza tener que interrumpirme a mitad de un cuento porque un grupo de madres ha decidido que es un buen  momento para sacarse tres o cuatro fotos con sus pequeños, levantándose, moviendo a otros niños, y sobre todo sacando a sus propios hijos de la historia que se está contando.

Es un trabajo que nos corresponde a todos el hecho de aprender a vivir en sociedad, de comprender y respetar las normas de los diferentes espacios, de entender las diferencias entre un parque, una cafetería, un hotel, el salón de casa, una librería y un baño. Por mi parte, supongo que seguiré llamando la atención como hasta ahora, con cariño, calma y sentido del humor, porque sé que muchas veces los adultos no están acostumbrados a este tipo de actividades, pero quiero hacer desde aquí un llamamiento al sentido común: señores, somos padres, madres, educadores; somos ejemplo. Yo los respeto, respeto a sus hijos. Preocúpense y ocúpense, respeten ustedes mi profesión, a mí, a sus hijos, a ustedes mismos y al lugar en el que estamos trabajando.

Gracias. 

3 comentarios:

  1. Es una reflexión que desde Mundo Ludic compartimos al cien por cien. Pero es que además como madres también nos resulta embarazoso estar en un espacio, normalmente reducido, que requiere de respeto y complicidad, y ver como grandes y pequeños se olvidan de dónde están y continúan con su comportamiento (imagino que es el habitual), sin entender el contexto en el que se encuentran. Debe ser complicado para quien está delante intentando transmitir cosas, por eso desde aquí nuestra consideración y admiración hacia el gremio.

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  2. ¡Excelente reflexión! Como narradora he sufrido esta situación innumerables veces. Efectivamente, creo que debemos estar siempre muy alerta y transmitir a grandes y chicos lo que significa escuchar un cuento aunque ello implique "educar" a padres en algo que debería ser de sentido común. A menudo he sentido esa tristeza y vergüenza y, por ello, hace ya años que al terminar algunas sesiones me toca hablar claramente con padres y niños sobre estas actitudes desafortunadas. Para mi sorpresa, a veces estas conversaciones han dado unos extraordinarios frutos.

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