miércoles, 5 de marzo de 2014

De los libros receta y la educación en valores.

Ilustración: Emilio Urberuaga 
(Discurso de Oso, Libros del zorro rojo, 2007)

El tema de la educación en valores relacionada con la literatura infantil y juvenil me espina desde hace tiempo. Editoriales, docentes, padres/madres, y profesionales de la mediación en la lectura se afanan en encontrar “libros receta” o “libros para…” dirigidos a los niños, que hablen de este tema o de aquel otro y les ayuden a “educarles”, o más bien “adoctrinarles” en el sentido (loable o no) que les convenga.
Es un tema controvertido, con muchísimos puntos a abordar, que me preocupa seriamente.
Entiendo que cuando un escritor de literatura (en general) se plantea escribir, debe atender especialmente y con esmero y dedicación a la calidad de lo que hace siguiendo sus criterios personales. Su misión es transmitir un mensaje, sea cual sea.
Parto de la base de que todo lo que se escribe lleva implícita una ideología y la neutralidad como tal no existe, ya que siempre se partirá de la subjetividad de cada cual. Cada uno actúa según su postura, defiende los criterios personales, políticos y sociales que defiende: piensa y hace.
Ahora bien, cuando se habla de literatura, ¿no debería primar la calidad literaria del texto (escrito y visual)?, ¿no debería la ideología ser implícita en lugar de explícita?, ¿hay diferencia entre la literatura comprometida y la literatura de panfleto?
En los libros de literatura infantil y juvenil que me gusta contar y recomendar, me encanta que se planteen preguntas, que se generen debates, que no se den respuestas acabadas sino principios en torno a los que generar más preguntas. Me encanta cuando esto se lleva a cabo a través del humor y la irreverencia.
No estoy en contra de los libros que hablan sobre temas concretos como marginación o inclusión social, maltrato, generosidad, pero ¿es literatura? ¿es de calidad? En mi caso, me parece interesante que incluyan estos temas pero de forma tácita, cuyo objetivo directo no sea instruir en torno al tema sino contar una buena historia. Es cuestión de diferenciar los conceptos moral y moralina.
Desde mi percepción, los mejores valores, la mejor formación crítica partirá de una selección de calidad que ayude a los pequeños a tomar conciencia. Una variedad de ejemplos de formas de vivir, personajes diferentes actuando de modo diferente ante situaciones diversas, historias en las que suceden cosas y se resuelven conflictos y que faciliten que crezcamos interiormente. Y estos serán cuentos que no tengan por qué seguir los estereotipos sociales comúnmente aprendidos, que se transmitan a través del sentido del humor, que nos despierten y nos hagan emocionarnos, empatizar, completar el significado, reconstruir.
Entiendo que ese tipo de libros nos llega mucho mejor que los vacíos libros receta tan reclamados, tan adoctrinadores, tan políticamente correctos; tan inútiles. Los niños lo demuestran con su rechazo general a estos "libros para...". Yo misma, cuando empiezo a leer y noto cómo el autor me está tratando de enseñar algo, me crispo. Me encanta que me aporten y me inspiren sin que me dé cuenta, que lo que quieran contar lo hagan bien y el para qué moral no sea el objetivo principal.
Ayudemos a los niños a encontrar historias verdaderas, repletas de sentido, que les hagan plantearse a sí mismos como individuos ante el mundo. La educación moral partirá de lo que cada uno, desde su individualidad, aprehenda, de lo que piense, viva, hable y comparta.


Sigamos buscando.

3 comentarios:

  1. Personalmente, considero igual la moralina que la moral desde el punto de vista del objetivo: enseñar, adoctrinar, educar, etc. Sí estoy de acuerdo con el hecho diferenciador que existe en su realización.
    En cualquier caso, ¿no es la literatura el fiel reflejo del pensamiento, inquietudes y convenciones sociales? ¿Debería un autor huir de sus propias convicciones y creencias?
    En definitiva, pienso que es el lector (narradora en tu caso, además) el que debe contar con sus propias preferencias a la hora de elegir, aunque, en ningún caso determinar al autor. ¿Cómo determinar que mis poéticas como lector son las que "deberían" marcar el recorrido creativo-literario de un autor?
    Excelente post, como es habitual en ti, Laura Escuela!

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  2. Creo, Laura, que estás muy acertada en lo que dices. Hay mucha impostura en los libros que 'sirven para'. Dejan más huella los libros que dan al lector o al oyente la oportunidad de pensar y sentir por ellos mismos. Esa es la función de las metáforas, los símbolos, las sugerencias... Un abrazo. Juan Mata.

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  3. Miguel Ángel, yo considero la moralina y la "moral" muy diferentes en cuanto a su objetivo. Mientras la moral trata de enseñar y educar en torno a los valores, normas y conciencia para vivir en sociedad, la moralina lo hace desde un punto de vista falso, superficial, pretencioso. No se diferencian en su realización, se diferencian en su concepto más básico. La moral se construye. La moralina se malvende. La moral es fundamento básico de la vida personal en sociedad. La moralina disfraza esa formación de vida y se convierte en sermón cursi adoctrinador, cosa que la moral no debe hacer.
    Por otro lado, en ningún caso he pretendido hacer referencia a que un autor deba huir de sus propias convicciones y creencias. Yo hablo más bien de sinceridad y coherencia a la hora de realizar el propio trabajo y de calidad en su ejecución. Como comento en el post, un autor no puede dejar atrás su ideología ni sus convicciones. La cuestión es con qué objeto afronta su trabajo: deseo transmitir al mundo mi idea? ¿Quiero compartir una serie de valores morales que considero válidos y ayudarte a que tú, lector, construyas tu yo personal sirviéndote de ello de algún modo y por ti mismo? Eso es una cosa. ¿Deseo convencer al mundo de que mi idea es moralmente válida y la ofrezco completamente masticada, bienpensada, aleccionadora y edulcorada? Eso es otra.
    Por último, las relaciones entre autor-lector son complejas y dignas de análisis y estudio. En ningún caso, a mi entender, el lector marcará ningún recorrido a autor alguno, si acaso lo harán las editoriales, y siempre que el autor lo permita. El autor expresa. El lector decide si lo coge o no. El lector aporta a lo escrito sentido y significado desde su propia construcción de lo leído. Lo importante aquí es lo que el lector o el mediador escoge, lo que decide hacer suyo, lo que decide recomendar, en este caso.
    En fin, seguimos.

    Juan, qué orgullo tenerte por estos lares. Totalmente de acuerdo en lo que dices. La poética y la sugerencia, la construcción del sentido por uno mismo. Un abrazo enorme

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