Me
encanta la traducción literal de nostalgia o morriña en inglés: homesick.
Enfermo de casa. Estoy un poco enferma de casa. He de reconocerlo. El tiempo
aquí no pasa rápido. Algo más de cinco semanas desde que me fui y no siento ni
que lleve mucho ni poco tiempo. Es una especie de burbuja. Las horas van calmas,
los días tienen luz desde las tres y media de la madrugada hasta las once de la
noche, aunque no las uso todas. La actividad no es continua pero es: trabajo,
clases de inglés, visitas a tal o cual parte de la ciudad, un café con algún
español desubicado como tú, una sesión de cuentos o un taller… y los días pasan,
pero no corren como en casa. Y estoy en una ciudad que no es la mía pero que
siento que me ha acogido desde el primer día. El otro día, parada en el centro frente
a los jardines de Princes Street, escuchando a un gaitero motivado y a los
trenes llegar a la estación y percibiendo el aroma a pan que venía con el
viento lo sentía. Estoy siendo parte de esta tierra por este rato de vida, y
tuve que perdonarle al país lo de la personalidad múltiple del clima.
Me
considero una inmensa afortunada por muchas razones. Y cuanto más hablo con
españoles aquí más fuerte se hace el sentimiento de agradecimiento. En primer
lugar, afortunada por estar aquí porque quiero. Lo he elegido. No me han
obligado ni mis circunstancias personales ni económicas. No vengo huyendo. No me sobra el trabajo
en casa. No tengo nada estable y no paro de crear, buscar, proponer y pagar
impuestos sin haber cobrado, pero estoy bien. Aquí, como en muchas otras ciudades, la
mayoría de españoles están porque en casa no hay trabajo y aquí consigues en
tres días, en cualquier cosa y en un poco más si tienes un buen nivel de inglés
y buscas en lo tuyo, arreglas papeleo, etc. Gente que quiere volver, que viene
una temporada para tratar de engordar currículum, gente que no tiene ni la más
mínima intención de regresar porque nada le ata… los hay que llevan aquí cinco
años y han pasado de fregar platos en un restaurante a hacer másters y trabajar
en un banco, los hay que llevan diez y siguen casi con el mismo inglés de
cuando llegaron… hay de todo.
En
segundo lugar, afortunada por estar aquí conviviendo con un escocés y una
inglesa. Y no con un escocés cualquiera sino con este narrador octogenario y
estupendo con el que aparte de congeniar de maravilla puedo compartir los
guisos y la fruta y los cuentos y el tendedero. Convivir con españoles
dificultaría el avance en el idioma. Convivir con otras cuatro personas, como
pasa a muchos, y con miles de problemas en casa porque el casero no arregla
esto o el compañero no limpia lo otro o no para de pelearse con aquel… complica
un poco las cosas cuando vienes solo a un país extranjero y necesitas un mínimo
mínimo de estabilidad. Esa sensación de que cuando regresas vuelves al hogar,
no a la guerra.
En
tercer lugar, encantada con la posibilidad de participar en lo que el Scottish
Storytelling Centre propone, de asistir a todo lo posible y de meter la cabeza
en el inglés desde los cuentos, que es la mejor manera.
Pero mi
casa, los abrazos de mi hermana, mis padres, la tortilla de mi madre, las
croquetas y el rissoto de mi Guille, mi sol, mis libros para contar que tanto
necesito y que aquí no existen, mi gente queriéndome… me tira un poco algunos
días y me entran unas enfermedades de casa… Ya pasé la crisis de la semana y ahora voy por
la de las cinco semanas y me descubro con ganas de llorar cuando pronuncio la
frase COMO DECÍA MI ABUELA… jaja
Pero
estoy encantada y feliz en mi montaña rusa, ubicándome con la baja energía y los ánimos irregulares que muchos achacan al clima y, obviamente, al cambio!
La cosa
es que en este nivel de sensibilidad mañana tengo que soportarme a mí misma
acudiendo al concierto de DAMIEN RICE. Mi Damien Rice. En
el Usher Hall. A las 19:00. En la fila e asiento 13. Ay madre mía.
Les
contaré si sobrevivo!
Gracias.
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