jueves, 17 de julio de 2014

Narradores y formación

Todos o casi todos los participantes de la ESCUELA DE VERANO DE AEDA en la puerta del Albergue de la Real Fábrica en Ezcaray, La Rioja.
Este año ha estado más lleno de formación que ninguno antes en lo que a narración se refiere. A principios de año cruzaba el charco hacia Gran Canaria para asistir a un taller con la narradora Maísa Marbán; meses después volvía a cruzarlo para recibir un curso sobre repertorio de diez horas por parte de Pep Bruno; hace poco más de una semana volvía de pasar cinco días completos con otros casi setenta narradores compartiendo, debatiendo, conociendo. Era la I ESCUELA DE VERANO DE AEDA, la Asociación de Profesionales de la Narración Oral en España. Por otro lado, justo ayer cerrábamos un taller con Pablo Albo, que vino a Tenerife, en lo que puede llamarse el primer curso no oficial organizado por la Asociación TAGORAL, Asociación Canaria de Narración Oral, a punto de ser estrenada. 
Mucho es lo que me llevo de estos encuentros. En la ESCUELA DE VERANO de AEDA pudimos escoger entre cursos y talleres largos y cortos. La variedad fue mucha y la dificultad para escoger,  más aún. Finalmente asistí a un  curso largo con el genial Matteo Belli, actor italiano que domina a la perfección la técnica vocal (entre otras), un curso corto con José Campanari y un taller largo con Virginia Imaz.
Me parece muy interesante recibir este tipo de formación, especialmente cuando se sabe que es dirigida a gente que lleva algún tiempo contando y que no se trata de cursos de iniciación. Creo que el encuentro que se genera entre narradores, ese compartir experiencias y comunicarse, es en ocasiones tan instructivo como el curso al que se acude. 
Agradezco que los narradores que llevan muchos años trabajando en el mundo de la palabra se lancen a formar a otros, es un ejercicio de generosidad loable. Más reseñable aún me parece un rasgo que todos han tenido en común; han partido de estas ideas: “Esto que les estoy contando es mi experiencia, mi forma de hacer las cosas. No digo que esto sea lo correcto o lo que hay que hacer, sino lo que a mí me ha funcionado, lo que opino. Ningún narrador cuenta igual a otro. No intenten imitar a nadie”. Aplaudo desde el comienzo esta potente declaración de intenciones: no adoctrino, no fotocopio narradores, aporto a cada cual lo que quiera llevarse.
Son muchas cosas las que me traigo. Algunas bullían desordenadamente en mi cerebro y se han recolocado. Otras que estaban bien compuestas y organizadas se han desubicado y las más jovencitas han nacido y están preparándose para empezar a trajinar.
Muchas cuestiones en torno a la organización y la metodología me han parecido mejorables en casi todos los cursos, más que nada porque a veces el contenido se pierde por una gestión deficiente, o lo que es lo mismo: los barcos pueden navegar de maravilla, pero no si los pruebas en una carretera.
En cuanto a contenido hay algunas ideas que quiero compartir, de las que más me han removido por diferentes razones:
1.      Para contar hay que saber escoger. ¿Qué contar? ¿En qué criterios nos basamos para escoger un cuento u otro? ¿Nos basta un “porque me gusta” o vamos más allá? ¿Qué es más recomendable: comenzar contando tradición oral, continuar con adaptaciones a la oralidad de cuentos de autor y después, si acaso, contar cuentos propios o hacerlo de otra manera? ¿Contamos cuentos escuchados a otros narradores? ¿nos planteamos un código ético? En el curso de repertorio de Pep Bruno tratamos todas estas cuestiones de un modo muy claro y práctico y en torno a un debate bien guiado. También con Pablo Albo tocamos algunas.
2.     Para contar hay que preparar. ¿Cómo afrontamos la preparación de un cuento? ¿Está claro el protagonista de nuestra historia? ¿lo definimos, lo juzgamos o describimos sus acciones? ¿identificamos bien el viaje que hace? ¿Estructuramos el cuento a modo de tronco y luego rellenamos de modo “pactadamente improvisado” las ramas y las hojas? ¿Escogemos las palabras que usamos, respetamos el lenguaje? Pep, Virginia y Pablo fomentaron el debate en este ámbito.
3.     Para contar hay que pactar. Ese “pacto de ficción” que establece el narrador con el público los primeros minutos de sesión, en los que los oyentes entienden a qué han venido, se hacen una idea de lo que van a ver. Un pacto que se hace no solo con lo primero que se dice, sino con el tono, con el gesto, con el silencio, con la mirada. Virginia Imaz me ayudó a ponerle nombre a ese pacto que llevaba tiempo sintiendo.
4.    Para contar hay que estar presente, atento y disponible. Virginia nos recordó: darse tiempo es darse espacio. Darse espacio es darse tiempo. Campanari comentó la importancia de estar disponible: una disponibilidad que parte de la escucha, de la calma y la relajación, de estar en el aquí y el ahora con el público. No solo son los oyentes los que tienen la responsabilidad de escuchar y estar dispuestos. Es una responsabilidad compartida.
5.    Para contar hay que respirar. Matteo me mostró la diferencia del aire cuando entra con placer y cuando entra enfilado por los nervios o la prisa. Respirar con calma, cuidar cómo y desde dónde sale el aire y con él, la voz. Virginia comentó: “El aliento es más que la respiración. Es la respiración habitada por las emociones”.
6.     Para contar hay que saber callar. Virginia Imaz dijo: “Cuento como árbol. Lo que sostiene al árbol es lo que no se ve. Lo que sostiene al cuento es lo que no se dice”. José Campanari dijo: “Es preciso que la persona que cuente prepare el silencio en su intimidad antes de recibir al público. Esa escucha permite saber qué relación se está estableciendo y cómo se puede llevar el hilo de la conversación sin entorpecer esa relación”. Pablo Albo nos hizo mirarnos con calma, observar lentamente a los oyentes durante mucho rato, sin hacer “nada”. ¡Y cuántos todos contenidos en esas nadas!
7.     Para contar hay que disfrutar. Placer, gozar, placer, placer, disfrute y otra vez placer.
Me enciende sobre todo la emoción de saber que está en nuestras manos la libertad, la posibilidad de conducir el aliento por donde queramos, de respirarnos y respirar, el hecho necesario de pararme, yo, que voy mucho más deprisa de lo que quiero y necesito. Pararse. Pararnos. Observar, vernos con sinceridad, con honestidad y luego encontrarnos y comunicarnos.
Confirmo la certeza de que esta profesión es una ciencia, de que requiere no un curso o diez, sino una titulación universitaria como mínimo para englobar todo lo que es preciso.
Pero bueno, mientras tanto, seguimos. Quiero dar las gracias a todos los profesionales que comparten sus experiencias, y a todos los compañeros de camino que me ayudan a escuchar lo que pienso y a entender lo que opinan. Gracias especialmente a Mon Peraza, Silvia Torrents, Silvia Titirimundi, Fabio González, Isabel Bolívar y Antonio Conejo, por estar cerca y dejarse volver locos. Y GRACIAS MAYÚSCULAS A AEDA Y SU EQUIPO por su generosidad y organización.

Gracias, gracias, gracias a todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario