Todos o casi todos los participantes de la ESCUELA DE VERANO DE AEDA en la puerta del Albergue de la Real Fábrica en Ezcaray, La Rioja.
Este
año ha estado más lleno de formación que ninguno antes en lo que a narración se refiere. A principios
de año cruzaba el charco hacia Gran Canaria para asistir a un taller con la
narradora Maísa Marbán; meses después volvía a cruzarlo para recibir un curso
sobre repertorio de diez horas por parte de Pep Bruno; hace poco más de una
semana volvía de pasar cinco días completos con otros casi setenta narradores
compartiendo, debatiendo, conociendo. Era la I ESCUELA DE VERANO DE AEDA, la
Asociación de Profesionales de la Narración Oral en España. Por otro lado,
justo ayer cerrábamos un taller con Pablo Albo, que vino a Tenerife, en lo que
puede llamarse el primer curso no oficial organizado por la Asociación TAGORAL,
Asociación Canaria de Narración Oral, a punto de ser estrenada.
Mucho
es lo que me llevo de estos encuentros. En la ESCUELA DE VERANO de AEDA pudimos
escoger entre cursos y talleres largos y cortos. La variedad fue mucha y la
dificultad para escoger, más aún.
Finalmente asistí a un curso largo con
el genial Matteo Belli, actor italiano que domina a la perfección la técnica
vocal (entre otras), un curso corto con José Campanari y un taller largo con
Virginia Imaz.
Me parece muy interesante recibir este tipo de formación, especialmente cuando se sabe que es dirigida a gente que lleva algún tiempo contando y que no se trata de cursos de iniciación. Creo que el encuentro que se genera entre narradores, ese compartir experiencias y comunicarse, es en ocasiones tan instructivo como el curso al que se acude.
Agradezco
que los narradores que llevan muchos años trabajando en el mundo de la palabra
se lancen a formar a otros, es un ejercicio de generosidad loable. Más
reseñable aún me parece un rasgo que todos han tenido en común; han partido de
estas ideas: “Esto que les estoy contando
es mi experiencia, mi forma de hacer las cosas. No digo que esto sea lo
correcto o lo que hay que hacer, sino lo que a mí me ha funcionado, lo que
opino. Ningún narrador cuenta igual a otro. No intenten imitar a nadie”. Aplaudo
desde el comienzo esta potente declaración de intenciones: no adoctrino, no
fotocopio narradores, aporto a cada cual lo que quiera llevarse.
Son
muchas cosas las que me traigo. Algunas bullían desordenadamente en mi cerebro
y se han recolocado. Otras que estaban bien compuestas y organizadas se han
desubicado y las más jovencitas han nacido y están preparándose para empezar a
trajinar.
Muchas
cuestiones en torno a la organización y la metodología me han parecido
mejorables en casi todos los cursos, más que nada porque a veces el contenido
se pierde por una gestión deficiente, o lo que es lo mismo: los barcos pueden
navegar de maravilla, pero no si los pruebas en una carretera.
En
cuanto a contenido hay algunas ideas que quiero compartir, de las que más me
han removido por diferentes razones:
1.
Para
contar hay que saber escoger. ¿Qué contar? ¿En qué criterios
nos basamos para escoger un cuento u otro? ¿Nos basta un “porque me gusta” o
vamos más allá? ¿Qué es más recomendable: comenzar contando tradición oral,
continuar con adaptaciones a la oralidad de cuentos de autor y después, si
acaso, contar cuentos propios o hacerlo de otra manera? ¿Contamos cuentos
escuchados a otros narradores? ¿nos planteamos un código ético? En el curso de
repertorio de Pep Bruno tratamos
todas estas cuestiones de un modo muy claro y práctico y en torno a un debate
bien guiado. También con Pablo Albo
tocamos algunas.
2.
Para
contar hay que preparar. ¿Cómo afrontamos la preparación de un
cuento? ¿Está claro el protagonista de nuestra historia? ¿lo definimos, lo
juzgamos o describimos sus acciones? ¿identificamos bien el viaje que hace? ¿Estructuramos
el cuento a modo de tronco y luego rellenamos de modo “pactadamente improvisado”
las ramas y las hojas? ¿Escogemos las palabras que usamos, respetamos el
lenguaje? Pep, Virginia y Pablo fomentaron
el debate en este ámbito.
3.
Para
contar hay que pactar. Ese “pacto de ficción” que establece el
narrador con el público los primeros minutos de sesión, en los que los oyentes
entienden a qué han venido, se hacen una idea de lo que van a ver. Un pacto que
se hace no solo con lo primero que se dice, sino con el tono, con el gesto, con
el silencio, con la mirada. Virginia
Imaz me ayudó a ponerle nombre a ese pacto que llevaba tiempo sintiendo.
4.
Para
contar hay que estar presente, atento y disponible. Virginia nos
recordó: darse tiempo es darse espacio. Darse espacio es darse tiempo. Campanari comentó la importancia de
estar disponible: una disponibilidad que parte de la escucha, de la calma y la
relajación, de estar en el aquí y el ahora con el público. No solo son los
oyentes los que tienen la responsabilidad de escuchar y estar dispuestos. Es
una responsabilidad compartida.
5.
Para
contar hay que respirar. Matteo me mostró la diferencia del
aire cuando entra con placer y cuando entra enfilado por los nervios o la
prisa. Respirar con calma, cuidar cómo y desde dónde sale el aire y con él, la
voz. Virginia comentó: “El aliento
es más que la respiración. Es la respiración habitada por las emociones”.
6.
Para
contar hay que saber callar. Virginia Imaz dijo: “Cuento como árbol.
Lo que sostiene al árbol es lo que no se ve. Lo que sostiene al cuento es lo
que no se dice”. José Campanari
dijo: “Es preciso que la persona que cuente prepare el silencio en su intimidad
antes de recibir al público. Esa escucha permite saber qué relación se está
estableciendo y cómo se puede llevar el hilo de la conversación sin entorpecer
esa relación”. Pablo Albo nos hizo
mirarnos con calma, observar lentamente a los oyentes durante mucho rato, sin
hacer “nada”. ¡Y cuántos todos contenidos en esas nadas!
7.
Para
contar hay que disfrutar. Placer, gozar, placer, placer, disfrute y
otra vez placer.
Me enciende sobre todo la emoción de saber que está en nuestras manos la libertad, la
posibilidad de conducir el aliento por donde queramos, de respirarnos y respirar, el hecho necesario de pararme, yo, que voy mucho más deprisa de lo que quiero y necesito. Pararse. Pararnos. Observar, vernos con sinceridad, con
honestidad y luego encontrarnos y comunicarnos.
Confirmo
la certeza de que esta profesión es una ciencia, de que requiere no un curso o
diez, sino una titulación universitaria como mínimo para englobar todo lo que
es preciso.
Pero
bueno, mientras tanto, seguimos. Quiero dar las gracias a todos los profesionales que comparten sus experiencias, y a todos los compañeros de camino que me ayudan a escuchar lo que pienso y a entender lo que opinan. Gracias especialmente a Mon Peraza, Silvia Torrents, Silvia
Titirimundi, Fabio González, Isabel Bolívar y Antonio
Conejo, por estar cerca y dejarse volver locos. Y GRACIAS MAYÚSCULAS A AEDA Y SU EQUIPO por su
generosidad y organización.
Gracias,
gracias, gracias a todos.
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